Rebusqué en el archivo de mi memoria por encontrar unos recuerdos particulares de la fiesta de la mujer.
Mi padre se murió cuando yo tenía 16 años y hasta los 35, he vivido con mi madre; erábamos dos mujeres de competición permanente por afirmar cada una su propia fuerte personalidad: Edvige era una verdadera dominadora, yo no pero nunca acepté ser dominada y ha sido un buen ejercicio de resistencia que, por narices, he proyectado en todas relaciones jerárquico-autoritaria injustificada, si no persecutoria, por toda mi vida.
Dos fueron las enseñanzas fundamentales que mi madre me transmitió, desde pequeña, de mujer a mujer: siempre ser independiente por el marido económicamente, por lo tanto trabajar y tener una propia renta, aunque si él fuese acomodado; nunca permitir y nunca perdonar la violencia; “si un hombre levanta las manos sobre de ti, déjalo inmediatamente, sin dudas ni condiciones; a nada sirve darle otra posibilidad”, siempre me repetía, cuando ni siquiera se sabía cosa fuese el divorcio.
No me acuerdo nada de aquellos 8 marzo; creo que Edvige, así me he siempre dirigido a ella, cocinase algo de apetitoso y yo procuraba pasteles y botella de espumoso; en el curso de los años hubimos unas convidadas, amiga o compañera de trabajo single y solitaria, y era ya fiesta así. En los últimos años, me había insertado más bien semiinsertado, en un grupo de feministas que se agrupaban en la casa de una de ellas en mi barrio; eran los tiempos de oro del feminismo y había una buena energía, era una atmósfera alegre: cada una llevaba lo que había cocinado a lo mejor para compartir con las demás.
El encuentro con mi marido en el 1977, dio el inicio a las cenas en el restaurante, el día antes o el día después por evitar el llenazo, y la ofrenda floral, en genero rosas rojas, no el ramito de mimosa que encontraba banal; mejor la nada.
Esa recurrencia, por mí, nunca había tenido un significado particular, jamás la he sentida con emoción; festejaba por costumbre, casi una obligación social como la Navidad y las varias fiestas comandadas de fondo consumista y de hecho el único, tierno recuerdo que aflora concierne a mi hija perrita Rosa, un ser viviente extraordinario las cuyas cualidades me habían convencido, sin reservas, de la existencia de la metempsícosis, o transmigración de las almas.
Cada 8 de marzo le hacía un pequeño collar trenzando una cinta rosa con hilos de mimosa y dábamos un paseo y, naturalmente se notaba mucho. Más que una vez, los niños que se encontraban con ella, asombrados, decían a su mamá “…mira la perrita… ¡es mujer!” Rosa que no era de casta, menos de medio metro de altura, se amantaba, por un momento, de la energía y de un porte majestuoso lo de los animales míticos, de Pegaso y de Hipogrifo, ¡la manifestaba y al rededor todos la percibían, y tanto!
Uno de los primeros años de nuestro traslado en Abruzo, alguien no invitó en una fiesta de la mujer en una aldea a las laderas de la Maiella, organizado, increíble pero es verdad, por la UDI, (UMI) Unión Mujeres Italianas del ex PCI, ya DS, no acuerdo como se llamaba en aquel periodo, en un territorio que entonces era un verdadero feudo del on. Remo Gaspari, ministro democristiano, y donde no se movía hoja sin su plácet. ¡A Milán hacía años que no oíamos hablar de la UDI y así verificamos, entre otras cosas, que la historia, entre el mundo metropolitano y el mundo rural, en la cultura social, a pesar de la televisión, viajaba con un retraso de por lo menos de veinte años!
Fue una fiesta muy linda, alegre con bailes, canciones y mucho, mucho de comer porque los Abruzases son amantes de la buena y abundante mesa; Rosa también se había lanzado entre los bailes de los humanos, hasta que un bailarín le había machacado fuertemente una patita y entonces encabronadísima, se echó bajo una silla, gruñendo y mostrando los dientes al desgraciado cada vez que el pasaba cerca de ella.
De aquel día me quedaron dos recuerdos tangibles, dos cuadros, a tema femenino, de una pintora procedente por las cercanías de Nápoles, pariente de alguien del lugar, que había montado allí una exposición, y eso debo decir, ha sido el único 8 marzo que he vivido animadamente, festivamente, y no en la sólita manera formal porque, siendo mujeres, se debía adherir más o menos con convencimiento.
¿Qué sentido tiene hoy esta fiesta? Precisamente en estos tiempos en los cuales la Energía Femenina, la Diosa Madre arquetípica, son el blanco de la sociedad patriarcal del dios único varón, que intenta de todos modos de vaciarla, de negarla, después haberla avasallada a sí mismo, al su poder por milenios, bien otra cosa debería ser el tributo al Femenino, al reconocimiento de su naturaleza divina, no subordinada, sino paritaria en cuanto, con el Masculino, reconstituye el UNO, el Hombre original.
Esto masculino que no quiere perder, que quiere permanecer dominador absoluto sin contrastes, negando la diferencia de género, confunde y mezcla Masculino y Femenino con la finalidad los seres humanos, privados incluso de su identidad sexual y psicológica primaria, sean del todo dominables, sin más una pizca de reactividad.
No quiero adentrarme en valuaciones moralistas, ni comparativas, ya que me doy bien cuenta de ser una mujer anciana, que ha aprendido y vivido según valores y modeles de vida otros con respecto a los de las nuevas generaciones, por otra parte cada uno es hijo de su tiempo. Sin embargo quiero rendir homenaje a las mujeres de la mi edad, a las mujeres de las generaciones pasadas que han luchado, sufrido, trabajado, sudado sangre, no tanto para ellas mismas, cuanto para sus hijos, porque pudieran tener una vida mejor de la suya y la sociedad toda ha sacado beneficio por el sacrificio y por la santificación del Femenino cuando aún su valencia era asimilada, metafísicamente a la Diosa madre, a el Alma del mundo, a la Naturaleza sacra.
Hoy las jóvenes mujeres conocen solamente su modalidad de vida, creen que siempre haya sido así, que lo todo deba ser al alcance de la mano, que tienen solamente derechos; viven en una grande bola ilusoria que hace perder ellas el contacto de realidad y ante todo la consciencia que los derechos, las tutelas, las libertades de las cuales gozan son el fruto de las luchas, también de la sangre, si también de la sangre, de su s mamas, de sus abuelas y bisabuelas.
La cuestión femenina estalló en los Estados Unidos de América en los ’60 del novecientos, en la época de la grande contestación de la guerra de Vietnam y de la reivindicación de los derechos civiles. Las mujeres participaban activamente a las luchas más duras contra la guerra, contra los barones universitarios y las estructuras más retrógradas y autoritarias de la sociedad, para el trabajo, para el aumento de los salarios y para el mejoramiento de la cualidad de la vida de todos. Arriesgaban como los machos, no obstante siempre eran subalternas, gregarias, clavadas a sus roles de servicio, de maternage o consolador de los compañeros guerreros.
La relación entre el masculino y el femenino de la sociedad era absolutamente desigual y las mujeres americanas, sometidas a la autoridad del padre antes y del marido después, en la óptica de sociedad patriarcal del padre-patrón-Padre Eterno, entendieron como fuese ya ineludible la cuestión de la condición femenina y como debiese ser destruido a la base el sistema de pensamiento milenario de la superioridad de género masculino, al cual el femenino debía que ser subordinado.
Nació así el Movimiento Feminista que, también continuando la compartición de los objetivos generales, se concentró en la prioridad del conseguimiento de la total igualdad entre los sexos. En la Europa también el Movimiento fue muy activo por muchos años; en Italia se concentró ante todo en la elaboración del vivido personal a través de los “grupos de auto-consciencia” que, liberando la subjetividad de las mujeres, se ponían en relación con la sociedad en sus varias expresiones. El eslogan “el personal es político” ha sido precisamente la contraseña de aquel camino de auto-liberación que había concernido la mayoría del universo femenino: afectividad, sexualidad, salud, poder personal, visibilidad, protagonismo social.
Las batallas feministas han originado cambios muy relevantes en la sociedad italiana. En campo trabajador fue reconocida, a nivel legislativo, en los contraídos de trabajo, la absoluta paridad de retribución hombre-mujer a paridad de mansiones y de horario; la tutela de la trabajadora madre. En campo sanitario la institución de los consultorios territoriales gratuitos por la prevención y la sanación de las enfermedades ginecológicas y atadas a la procreación, hasta la legalización del aborto, regulado por una correspondiente ley, que había sido, hasta aquellos años, el tabú por excelencia.
El cambio legislativo más importante ha sido sin duda la reforma del Derecho de Familia del 1976, que ha atribuido idéntica titularidad jurídica sea al marido que a la esposa; ante todo ha conferido la patria potestad sobre los hijos también a la madre, hasta entonces exclusiva prerrogativa del padre. Con la institución del divorcio en el 1970, confirmado por un referéndum popular en el 1974, se había delineado un vuelco radical y acelerado de institución familiar patriarcal que tenía una historia de siglos, sin embargo los tiempos, evidentemente, eran maduros porque lo que pasase.
Me gusta recordar unas experiencias personales de aquel periodo revolucionario: mi activismo a propósito de la recogida de firmas, promovida por el Partido Radical, para la presentación de proyectos de leyes populares con respecto al divorcio y sobre la legalización del aborto. Mi madre, mis tías, las mujeres del patio, salvo una militante del UDI, no habían querido firmar para el divorcio porque “la familia es sacra”, “donde te habrías metido tú, si yo me fuese divorciada de tu padre que bebía”, “quien la mantiene una mujer que nunca trabaja”, “son caprichos de los ricos, nosotros los obreros ya hicimos fatiga en vivir así”,…
La ley Fortuna-Baslini que tomó el nombre de los dos parlamentario socialistas primeros signatarios, fue instituida, mas inmediatamente la Iglesia i los partidos conservadores se movilizaron par abrogarla, proponiendo un referéndum en el 1974 que, en sustancia se hizo una contraposición visceral política entre la izquierda y la derecha, entre religión y laicidad del Estado que envolvió todos e hice caer muchas reservas morales, tanto que en los letreros pro divorcio, Almirante, secretario nacional del MSI y Fanfani, secretario nacional de la Democracia Cristiana eran representados como una pareja de esposos y uno de los dos , no me acuerdo cual, llevaba el vestido blanco nupcial. Incluso mi mamá hacía sus comicios con los vecinos y en las tiendas en las cuales iba de compras… “yo estoy contra el divorcio, pero los fascistas van parados, debimos votar no…”.
En ocasión de aquel referéndum había sido presidente de mesa en mi esquela primaria y tengo unos recuerdos divertidos y uno final trágico. Primero todos los militares de servicio votaban en mi mesa, también si pudieran votar dondequiera; se habían pasado la palabra, me dijo alguien “vete allí que hay la presidente que es una linda c…”; había fingido horrorizarme, mas, en el secreto de mi corazón había apreciado.
Todo había ido como una seda, todo gratificante, los no a la abrogación exprimidos por los mis electores habían sido el 80%, pero ay de mí, la punición divina, del tipo “en la cabina electoral Stalin no te ve, mas Dios sí”, mientras estaba en fila a entregar el paquete de las papeletas, de los registros, de la burocracia, un hombre grande y grueso, inadvertidamente me había chocado, había caído y desgracia el paquete se había rompido. ¡Había debido llamar de nuevo a todos los escrutadores que ya se habían ido, recontar y rehacer todo, en definitiva, había llegado a mi casa horas después y, mientras todo el pueblo divorcista festejaba, yo me fue a la cama sin comer, con dos aspirinas!
Cuando se trató de recoger las firmas para la legalización del aborto, no lo había pedido a las mujeres de mi entourage porque para el divorcio habían sido negativas, del aborto pues nunca las había oído hablar; en verdad alguna anciana en voz baja, lo llamaba “abordo”. Sorpresa de las sorpresas, pediron ellas de firmar porque casi todas habían sufrido o sufrían la sexualidad del marido, a veces precisamente obligadas, con el terror de quedarse embarazadas, no pudiendo permitirse otros hijos o perder su trabajo y cuando se quedaban, debían manejar la situación, generalmente a solas y en secreto. Muchos maridos eran completamente irresponsables, convencidos de que eran solamente cosas de mujeres.
No había ninguna información, ni conocimiento de los ciclos sexuales y reproductivos, ninguna practica anticonceptiva, que no fuese el coitus interruptus, que a Milán, en argot se llama “bajada a Lambrate”, que no siempre funciona.
Yo me había quedado trastornada por los cuentos de tantas experiencias de atropello, de tantos dramas personales y sentidos de culpa: algunas mujeres habían encontrado el coraje, por primera vez, de hablar, de contar su calvario que nunca dejaban filtrar ni con su familiares, ni tanto menos con los extraños, más que pudor había vergüenza, humillación profunda; soportaban porque la familia, los hijos eran más importantes de su propia persona. La madre de un amigo me contó de haberse practicado de sí misma 16 abortos, el 17º no lo había conseguido así que él había llegado al mundo, ¡luego, afortunadamente, había llegado la menopausia!
Desde entonces vivo en el convencimiento personal granítico, jamás me surgió la duda, de que la subjetividad de la mujer se la única, verdadera certeza; todos los discursos de los machos, a partir del Papa y otros jefes religiosos, abajo, abajo hasta los científicos, los políticos los teólogos, los psicólogos, a el hombre de la calle, sean solamente una otra forma de poder y de control del femenino que siempre se debe denunciar y desarmar.
Para la mi generación es doloroso constatar cómo, desdichadamente, la liberación de las cadenas, conquistada en el campo con el compromiso y la fe en la libertad y en la dignidad de las mujeres solo en el plan físico, no haya sido suficiente y a la larga nada menos contraproducente. Toda la sociedad ha degenerado, desacralizado; las conquistas personales o colectivas son preservadas y valorizadas solo por los que han luchado por obtenerlas, mientras, en cambio los que las han encontradas en un plato de plata, gratis, tampoco se esfuerza de entenderlas a fondo, las menosprecia, las banaliza, hasta hacérselas quitar sin ser en grado de oponerse. Cada generación debe hacer algo para el ciclo de la evolución; la actual, para ahora, ha vivido solamente de renta y, para ahora, no puede pretender nada, si no perder lo que tiene.
Cerrado el cahier des doleances, quiero ofrecer mi energía a la Diosa Madre, al arquetipo Femenino, e invito todas las mujeres que me leen en hacerlo: dejad perder el dios macho, no nos ama. Concluyo, invocando y rindiendo a homenaje a la grande Diosa Madre Isis, que aparece en sueño a Apuleyo que la había invocada y a el cual así dice:
“¡OH! LUCIO, CONMOVIDA POR TUS PLEGARIAS. YO MADRE DE TODAS LAS COSAS, SEÑORA DE TODOS LOS ELEMENTOS, PRINCIPIO DE TODAS LAS GENERACIONES EN LOS SIGLOS, LA MÁS GRANDE DE LOS NUMES, LA REINA DE LOS MANI, LA PRIMERA DE LOS CELESTES, ARQUETIPO INMUTABLE DE LOS DIOSES Y DE LAS DIOSAS, A LOS CUALES CONCEDO GOBERNAR CON EL MI ASENSO LAS LUNINOSAS BÓVEDAS DEL CIELO, LAS SALUDABLES BRISAS DEL MAR, LOS LACROMADOS SILENCIOS DE LOS INFIERNOS. YO LA CUYA POTENCIA, ÚNICA, AÚN SI MULTIFORME, TODO EL MUNDO VENERA TAMBIEN CON RITOS DIFERENTES, CON DIFERENTES NOMBRES. LOS FRIGIOS, PRIMEROS HABITANTES DE LA TIERRA, ME LLAMABAN LA PESSUNCIA MADRE DE LOS DIOSES; LOS ATTICOSAUTOCTONOS MINERVA CECROPIA; LOS AISLANOS CIPRIOTAS VENERE PARAFIA; LOS CRETESES , AFAMADOS ARQUEROS, DIANA DICTINNA; LOS SICULOS TRILINGUE PROSERPINA STIGIA; LOS ANTIGUOS ELEUSINOS CERERE ATTICA; OTROS ME LLAMAN GIUNONE, OTROS BELLONA, Y QUIEN ECATE, Y QUIEN RAMNUSIA; Y EN FIN, LOS PUEBLOS QUE EL SOL NACIENTE ALUMBRA CON SUS PRIMEROS RADIOS, O SEA LOS ETÍOPES Y LOS EGIPCIOS, DE ANTIGUA SAPIENCIA, ELLOS SOLOS ME HONRAN CON LAS CEREMONIAS QUE ME SON PROPIAS Y ME LLAMAN CON EL MI VERDADERO NOMBRE DE ISIS REINA. AQUÍ ESTOY CONMOVIDA POR TUYAS DESGRACIAS, AQUÍ ESTOY, BENIGNA Y PROPICIA. ABANDONA YA LOS LLANTOS Y LOS LAMENTOS, DESECHA EL DOLOR: POR OBRA MIA, YA RESPLANDECE PARA TI EL DÍA DE LA SALVACIÓN”
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