El lago de Endine es una joya de la naturaleza de la Valcavallina en la provincia de Bérgamo, en la carta geográfica si no lo buscas intencionalmente, casi, casi no se ve; a lado tiene el grande lago de Iseo que capta un momento antes el ojo.
Muy a menudo estoy en contemplación de este esplendido laguito; precisamente frente a la terraza de nuestra casa, le hace de marco una altura de espesísima vegetación, una verdadera selva muy empinada, natural hábitat de jabalí. En esos meses de primavera comparecen todos los matices de verde y el florecimiento de las plantas jaspea y pone de relieve aquel paisaje ya atractivo. El lago inicia precisamente allí, rodeado por cañaverales y por nenúfares, es un pequeño espejo de agua que, mano a mano serpentea alrededor de seis kilómetros; su color aparece siempre verde porque la montaña sobrestante se mira en el cómo en un espejo y los reflejos de miles y miles matices se condensan visualmente sobre el agua en formas plásticas como a representar una vegetación suya propia. Dos cisnes son los habitadores fijos de este rincón y el conjunto es de grande belleza y de paz.
Sobre la altura hay una casa de piedra, de aquellas antiguas típicas de esas valles, deshabitada o usada para el pastoreo que ha reavivado en mí el recuerdo del primer contacto que he tenido de niña con el lago de Endine, quedado enterrado en los sótanos de la memoria hasta hace siete años cuando el destino, el caso, no se hice sí que retomase a vivir. Mi marido y yo nos éramos enamorados a primera vista de aquel panorama, de su luminosidad solar, de los picos montanos como fondo, de las Pre Alpes en torno boscoso y salvaje y, por encima de aquel pequeño lago verde de grande energía relajante y regeneradora.
En los años ’50 del novecientos San Félix era un pueblecito minúsculo sobre el lago, más bien una pedanía de Endine en la vertiente de la montaña, pocas casas en piedra más que centenarias, testimonios de épocas pasadas que ahora hicimos incluso fatiga imaginar. Se llegaba allí por los pueblos vecinos tramite un único camino sin asfaltar que prácticamente lo tenía conectado con lo demás del mundo, o bien atravesando el lago en barco por la carretera nacional adonde estaba la parada del coche de línea Bérgamo-Lovere.
Para nosotros la vía de agua fue una elección obligada; bajados con las maletas por el pulman, empezamos bracear y llamar a voz en grito “Catalina, Catalina”, una mujer corpulenta, de edad, que era la barquera encargada de la travesía.
Para mi prima María Rosa y mí era el máximo de la aventura; teníamos once años y habíamos terminado, en este año el ciclo de la escuela primaria y era nuestra primera vacación de diez días de mediados de agosto con nuestros padres. Para nosotras las dos, hasta entonces, habían sido solamente colonias de verano si éramos de acuerdo, si no nada, nos quedábamos en Sesto todo el verano.
El día de la Asunción, como el lunes de Pascua pero, se iba de excursión con el tren hasta Leco, bolsa de comida, naturalmente; en aquellos días no se reparaba en gastos; las madres preparaban de todo, cada exquisitez nos era consentida… Después varios días de la Asunción, y lunes de Pascua, para suerte, es un decir, a la tía Ida robaron la bolsa de la abundancia y de aquel entonces Leco “llena de ladrones” fue abandonada y nuestra exploración del mundo se extendió a lugares desconocidos, aunque al nuestro alcance: una vez fuimos hasta Génova que para mí fue una revelación, un delirio, una emoción nada más probada en los años siguientes, girando el mundo.
Aquella vacación a San Félix no había sido programada; se había presentado casi como una “causa mayor”.
Mi padre era obrero especializado a la Breda y el trabajador manual que trabajaba con él llegaba todos días a Sesto por su pueblito sobre el lago. Las pagas muy bajas ya para los especializados; para los trabajadores manuales eran verdaderamente sueldo de miseria, pero a pesar de eso miles de hombres bajaban por los valles bergamascas y por encima valtelineses para trabajar en las fábricas de Sesto, a continuación de horas de viaje sobre los trenes de aquel entonces que eran verdaderamente parecidos a los trenes militares.
Más o menos los todos eran campesinos serranos, o sea tenían la casa de los abuelos en piedra, unos pedacitos de tierra, tal vez solamente un huerto, la vaca, las gallinas: el sustentamiento alimentar indispensable. Cierto es que por escasa que fuese, la paga de la fábrica daba ellos la posibilidad de aliviar la calidad de la vida mísera de su familia, aportando pequeñas mejorías a la casa y a el establo; por encima de todo los sacaba da el aislamiento de una agregación social estática, inmóvil por los siglos anteriores ya afuera de la historia, empujándoles, a su pesar, a conocer otras realidades, practicar otras experiencias, así que pudieran entrar en el flujo de la mutación económica y cultural.
El compañero de mi padre pero no poseía nada, era el clásico proletario de todos los tiempos, también de hoy que, si no tiene trabajo muere de hambre, por lo tanto siempre se encontraba en graves dificultades económicas; dos niñas pequeñas, la esposa enferma, el salario miserable y a pesar de que sufriera cada vez una humillación, y cuando no daba más, pedía pequeños prestados a mi padre que compatiblemente con sus posibilidades, complacía sus peticiones. Un cierto momento, pero se dio cuenta que no habría jamás tenido la posibilidad de reembolsar estos gastos; al contrario habría aún necesidad de otros en futuro, así que hizo una propuesta: “te alquilo para dos semanas de vacaciones la mi casa a San Félix, así saldo las cuentas; yo con mi familia iré al refugio del pasto alpino…”
A mis padres había aparecido de inmediato como una ocasión extraordinaria; jamás fueron de veraneo, y esta habría sido una experiencia, aunque sea para pocos días, les habría hecho sentir un poquito menos pobres, menos resignados a una vida de fáticas y de sacrificios.
“¿Hay puestos para mi hermana con marido e hija también? había preguntado mi padre a su amigo…
“si, si hay todo la única en faltar es la corriente eléctrica, pero en casa hay unas lámparas de aceite muy eficientes y usaréis esas…”
Se entusiasmó la tía Ida también, pero conociendo el carácter bondadosamente autoritario de su hermana, mi padre nada le dijo al respecto de la corriente… cuando se habría encontrado en el lugar, se sería adaptada de grado o por fuerza…
Finalmente, después meses de espera, llegó el día de la salida… ahora de Sesto el coche tarda una hora al lago de Endine; hace cincuenta años era una verdadera expedición con quién sabe cuáles incógnitas… ¡para nosotras las niñas, parecía irse al fin del mundo!
Nos levantamos a las cinco; la maleta lista por la noche antes; las bolsas con la comida súper abundante porque “no se sabe lo que puede pasar en el viaje”, preparadas al último momento; caminada para más que un kilómetro con el maletón de cartón, un peso máximo en el verdadero sentido de la palabra para llegar a la estación y coger el tren para Bérgamo… un tren regional con los asientos de madera que , no se sabe por cual broma del destino, se había parado dos horas en el recorrido a causa de una avería… ¡la aventura había iniciado!
A la estación de Bérgamo tren abajo arriba al coche de línea que recorría la comarcal del Tonal; el trayecto era breve, mas había una parada cada “meada de perro”; la que interesaba nosotros era también a petición: precisamente frente a la pequeña plaza de San Félix, más allá del lago con la barquera siempre en estado de alerta por transportar los que llegaban o los que salían…
mientras tanto que esperábamos el barco, mi padre pensó que fuese el momento justo para hablar con su hermana de la falta de la corriente eléctrica; mi madre y yo nos erábamos puesto el simbólico casco de protección para la esperada bronca de la tía; mas no, en cambio no… había reaccionado bien con natural nonchalanche: “Sun no vegnuda chi a giustá i calzet” (no he llegado aquí por reparar los calcetines), frase que hizo historia en el clan familiar.
La casa estaba situada a las afueras del pueblo, ya en la montaña y había una buena subida que nos hacía jadear, dado que estábamos desentrenados. Nada era la falta de corriente dado que no deberíamos coser por la tarde; el verdadero shock fue lo de no tener a disposición el agua por un grifo; necesitaba extraerla con un cubo atado a una larga pértiga por un pozo natural que la recogía de un reguero que brotaba por una roca. Un desastre… a la hora en el catastrófico tentativo de aprovisionarnos del agua, perdimos los tres cubos a disposición, nos habían caído en el fundo del pozo y nos sentíamos en trampa. Menos mal que dentro de poco había llegado la dueña de casa la cual recuperó los cubos llenos, así que por lo menos para las necesidades inmediatas el agua lo teníamos.
Cierto es que las mamás de pronto se habían dado cuenta de que no sería posible pasar aquellos pocos días de vacaciones sin agua y angustiarse por nuestra incapacidad en manejar la pértiga y los cubos. Se habían encontrado delante una situación absolutamente imprevista para la cual no tenían experiencia; por proletarias pobres que fuesen, siempre habían tenido el agua en casa que salía por un grifo o por una bomba; ¡incluso mi mamá que había nacido y crecido en un caserío medieval longobardo! ¡Del cuarto de baño no hablo porque decir que fuese de fortuna es un eufemismo!
Pasados los primeros momentos de desorientación, hicieron palanca sobre el sentido común y sobre la capacitad de adaptación propios de las mujeres del pueblo: al final allí estábamos y teníamos que vivir a lo mejor la situación, que nos había trastornados, por lo menos para diez días… habríamos siempre vivido afuera, dando vueltas; nos seriamos parados a la casa solamente para dormir. El agua la habríamos llevada, cada noche, con los cubos por la fuente de la plaza del pueblo, justo para la higiene personal.
Así ya por la mañana después, se bajaba temprano, se iba de compras, pan, vino, embutidos y quesos locales, frutas de una bondad única y nos poníamos en marcha al rededor del lago. Hubiéramos encontrado una tasca pequeñita que, a petición, también cocinaba y nosotros tomábamos un primero plato caliente, el segundo no, porque costaba demasiado…
A las fuentes encontradas en nuestras vueltas se limpiaba la ropa interior, el cambio por el día después…
Todos estábamos felices, me acuerdo, entusiastas por aquella experiencia compartida, no solamente nosotras las niñas; también las mamás y los papás porque, quizá por primera vez en su vida, vivían con alegría la libertad de la naturaleza, afuera de los esquematismos inhibitorios y robotizadores del trabajo de fábrica, sea físicos que psíquicos. ¡Tal vez era el San Félix mismo que nos querría en sintonía con la sustancia de su nombre!
Las nuestras mamás nada conocían de filosofía y de psicología, creo que nunca habían oído hablar de ellas, sin embargo eran sabias, la vida las había echas sabias.
Hoy día se dice: “transformar una dificultad en una oportunidad”; y ellas quizá inconscientemente, han sido maestras y nos han dado ejemplos de lo positivo y de la apreciación de lo que se tiene.
Aquella experiencia ha encendido en mí de entonces la pasión para los viajes “bricolaje”, como campista de auto caravana, campista así a la aventura, a el imprevisto, “on the Road”, cada vez es una ocasión de crecimiento personal; es ponerse en juego, es estimular la propia capacitad de adaptación, mas también de creatividad, es entrar mayormente en sintonía con los lugares y cada encuentro, cada conocimiento son advenimientos, emociones de recordar.
Al contrario, los viajes organizados jamás me han satisfecho ante todo por su obsesiva programación, todo perfecto, todo demasiado acelerado, despersonalizantes y a veces también fatigosos… arriba y abajo de los pulman, levantarse a horarios de cuartel, andar siempre de corsa, apresurados; por la mayor de la veces no han dejado en mí ninguna emoción, ninguna elaboración, ningún recuerdo significativo… ¡acaso había tenido la impresión de haber sido solamente un autómata teledirigido!
En cincuenta años la Valcavallina se ha convertido en una pequeña Suiza, hormigueante de segundas viviendas, de turismo, de competiciones internacionales de pesca y mucho más; el trabajo duro y los sacrificios de las generaciones pasadas han creado la riqueza de hoy… los del valles bergamascos, en la generalidad, en las últimas décadas no bajan más a trabajar en las grandes fábricas de la llanura; una economía mixta de comercios, producciones artesanas, de pequeñas y medias fábricas, empresas de construcción, turismo y aún otras han cambiado radicalmente la vida de esos lugares. Los viejos solamente se acuerdan de como hubieran sido en el pasado; los joven nacidos en el bienestar, conocen la única suya cualidad de vida y creen que siempre hubiera sido así y que, más bien, se tenga que haber aún más. Quizás se están dando cuenta, a su pesar, que el progreso económico no está en una línea recta al infinito, más bien en un círculo que regresa a su inicio.
En esta zona, como en toda Lombardía, hay mucha gente extranjera llegada por los países lejanos en los cuales dominan las guerras, pobreza, o la verdadera miseria, así como en los siglos pasados los bergamascos se fueron a trabajar al extranjero en los lugares más malditos por los cuales no había más regreso.
A Sesto San Giovanni por décadas, ya no hay más las grandes fábricas que hasta los ’70 del siglo veinte daban trabajo a cien mil obreros… Precisamente bajo nuestra casa de entonces, en horarios fijos han marchado para años, cada día por la estación ferroviaria, grupos de miles de obreros bergamascos o de otras provincias que trabajaban en las acererías y plantas siderúrgicas Falk en los tres turnos; el zapateo de las botas de montaña sobre el asfalto y el sonido gutural de su habla nos marcaban las fases temporales del día y de la noche.
La Falk ha durado setenta años, como el comunismo más o menos, ideología conectada al trabajo asalariado de las masas obreras. Hoy día estamos en la era postindustrial; las áreas sobre las cuales se levantaban las grandes fábricas han sido y son todavía objeto de multimillonarias especulaciones financieras y de poder político; la acumulación de los capitales aquí por nosotros no deriva más por el trabajo de manufacturas, trasladas en otros continentes, más bien por la financia desaprensiva despojadora y por las actividades de la macro-criminalidad nacional e internacional que explota las necesidades, las debilidades y las desviaciones de las masas en la boca del lobo. En menos de un siglo la economía y por lo tanto la sociedad en su conjunto ha recurrido su período; ha subido, ha tocado el ápice, ahora está en rápida bajada y muchas son las claves de lectura de estos acontecimientos humanos que sin embargo no tendrían que ser solamente relativas a los ciclos históricos y económicos, más bien puedan por fin tomar en consideración la multidimensionalidad en sus varios aspectos y suya influencia sobre las vicisitudes terrestres.
La rueda de la historia gira, los altibajos se subsiguen en la vida de las personas, de las comunidades, de los pueblos; nacer, brillar, desparecer es una ley cósmica.
Es más que nunca necesario reflexionar sobre las propias experiencias personales y colectivas para entender un poco más de sí mismos, de la vida de los seres humanos sobre este planeta, sobre la evolución y sobre la involución de las consciencias. La Verdad os volverá libres, dice el Cristo en el Evangelio, esto es el camino que tenemos que recorrer.
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