Hungrìa ayer y hoy

El primer viaje que yo hice en los Países del Este de Europa fue en el agosto del 1971 a Hungría, al lago Balaton, con el ETLI sector jóvenes que entonces era la agencia turística de la CGIL. Llegamos con el autocar; milanesa solamente yo; los demás eran jóvenes toscanos de la provincia de Florencia, muestrario clásico de las casas del pueblo. El lugar me desilusionó mucho porque, acostumbrada a los panorámicos, espectaculares lagos de Lombardía, el Balaton me apareció solo como un inmenso balde de agua en un territorio llano, con una vegetación monótona, ¡incluso era mejor el Idroscalo!

Fuimos hospedados en pequeños chalé de planta baja con 4-5 habitaciones, rodeadas por huertos y jardines los únicos flores eran los girasoles, bastante bien amueblados; creo fuesen habitadas habitualmente por familias que, más o menos voluntariamente, las ponían a disposición de los turistas en el verano, jóvenes procedentes de otros Países del área soviética y de Italia, organizados y administrados por estructuras colectivas llamadas Campos internacionales de la juventud, habían miles de chicos, machos y hembras y la comida se preparaba con grandes cocinas de campo y dispensado en un muy extenso espacio bajo un toldo. Cada uno fue dotado de un bloqueo de suministros con el cual de vez en vez, se accedía al comedor. Siempre habían colas interminables, de horas, así que entre la del desayuno, del almuerzo y de la cena, transcurría el día, ¡no necesitaba organizar la actividad de animación!

Las finalidades de conocimiento, de cambio de experiencias, de fraternización y porque no, también de homologación y de cohesión en el interior de una ideología y de una visión del mundo, sin embargo era apreciable porque cada uno manejaba la propia, personalmente, en libertad, de manera creativa. Nosotros los Italianos éramos “serrados”, cortados afuera por el hecho de no hablar ninguna lengua extranjera; algunos de los chicos chapurreaba algo de inglés, mas no suficiente por sostener una conversación: unos chicos húngaros, estudiantes de letras clásicas en la Universidad de Budapest, eran muy interesados a Italia y nos hablaban en Latín, como si fuese una lengua viva y se quedaron atónitos por el hecho que, siendo Italianos, para nosotros los Italianos la lengua madre fuese solamente un accidente de recorrido, del cual liberarse cuanto antes posible.

Pues, no había solo el lenguaje verbal por fraternizar, sino lo del cuerpo, del corazón, de los sentidos y allí la finalidad, más o menos, ¡los todos habíamos tenido la ocasión de alcanzarla! En particular recuerdo el cuento hilarante de cuatros chicos de nuestro grupo habían tenido con cuatros chicas polacas rubias, con los ojos azules clásicas bellezas eslavas por las cuales el viejo refrán milanés: “faccia smorta, f… forta” era más que apropiado. Tenían todas un ritual del antes, durante y después el acoplamiento sexual hecho de lágrimas, plegarías, señales de la cruz, besos a las crucecilla que llevaban eternamente en el cuello con la pequeña cadena; ¡cierto que, por lo menos para primera vez, los partners extranjeros se quedaban no poco desorientados! Además que divertirme, me había interesado con respecto a la Polonia y a su gente; no conocía nada de ella y me proponía tomar unas informaciones, de leer algo que le atañese.

Por aquel año, mi contacto con la Hungría, por limitado que hubiese sido, había seguramente valido por la novedad de la experiencia, por la energía de tanta juventud que yo había absorbido, y por alguna amistad íntima que yo había vivido. El año después sería estallado mi grande amor por Budapest que, por mí, siempre se queda la más linda ciudad de la Europa Oriental. Como de costumbre en agosto y siempre con el ETLI, había salido por un viaje en tren hasta Leningrado, con unas etapas intermedias sea a la ida que a la vuelta, y en el camino de la vuelta se había previsto una breve permanencia de tres días a Budapest, coincidentes con mi cumpleaños y con la fiesta de San Esteban Iº de Hungría, primero soberano y fundador del Estado y de la Iglesia húngara en el año 1000 d.C., que cae el 20 de agosto.

¡Maravilla de las maravillas, alegría de los ojos y del espíritu! Un cielo azul transparente, casi iridiscente, un aire que me hacía sentir ligera, lista para el vuelo, el Danubio majestuoso y poderoso sobra las cuyas aguas deslizaban las embarcaciones de la regata histórica en guardarropía; los puentes del rio, uno más lindo que el otro que unen Buda y Pest, literalmente inundados de flores de todos colores, así como las orillas, las plazas en las cuales las banderas flameaban como si expandiesen hacía el cielo los colores, los perfumes, la alegría de la gente, el entusiasmo por aquel acuerdo mágico de elementos de la naturaleza, de la historia, de la espiritualidad y la energía vital de los seres humanos.

Me había talmente dejada llevar por esta atmósfera fabulosa, por lo menos así yo la percibía, que me había des-identificada de mí misma por verme como la emperatriz Sissi a bordo del bajel real que surcaba el Danubio desde Viena hasta Budapest, aclamada por sus súbditos de ambas las orillas, de niña y de adolescente con una vida verdaderamente difícil, las fábulas me hacían soñar; ¡la película de Sissi me había fascinado, había coleccionado también el álbum de los cromos!

Jamás entendí lo que me había ocurrido; tal vez me había transfigurada, tal vez había estallado algo adentro y afuera de mí, el hecho es que había vivido sin las mis habituales inhibiciones, alegremente, un imprevisto cuanto pasional encuentro amoroso con un oficial del ejército cubano, en misión militar a Budapest. ¡No era precisamente al nivel de las Polacas, mas yo también fue educada por las monjas! Tramite el contacto físico, me había parecido conectarme idealmente a todo el pueblo cubano y a su revolución, más bien me había sentido ni más ni menos que cubana. En aquel tiempo de la Historia y de mi madurez personal Cuba era verdaderamente y seguramente un modelo.

Desde aquel lejano 1872 jamás regresé a Hungría y jamás me fue a Cuba; la escena del mundo está radicalmente mutada; yo también he mutado mis creencias, mis pensamientos, mi visión del mundo, pero jamás perdí la conexión profunda con mi Ser.

La Hungría había aparecido en mi vida en el lejano 1956, con su revolución, o Revuelta anti-soviética, brutalmente reprimida por los tanques rusos que provocaron muertos, heridos, migraciones de masa hacía el Occidente. La gente se había alzada porque era reducida al hambre y el aparado represivo hacía aún más dificultoso vivir, aunque hubiese ya iniciado soplar un mínimo viento de desestalinización.

En mi familia de obreros socialistas libertarios, antifascistas, partisanos, y por encima decorados por la Resistencia, el drama del pueblo húngaro, divulgado en Italia por las directas radiofónicas por Budapest, había comportado la pérdida definitiva de ilusiones en la ideología y en el sistema del poder comunista. Los obreros, los trabajadores, a pesar de tantas celebraciones o mitificaciones, las cuyas finalidades  siempre han sido lo de regimentar ellos y mantenerlos bajo control, habían reaparecido en su dimensión histórica: carne por cañón en guerra, carne por matadero en paz, sacrificados, de vez en vez, para la Patria, para la religión, para la dominación de un sistema económico y social, para la victoria de una ideología sobre una otra, para la instauración de una nueva mítica “edad del oro” o del “sol del porvenir”. Cósmicamente jamás el fin justifica los medios cuando sean de muerte, que en cambio originan un karma, una venganza histórica que, antes o después se debe pagar.

Aquel drama colectivo, sea también lejano en el espacio, hacía marco en el nuestro familiar; mi padre se quedaba desocupado desde más que un año; a la mitad de los 50 hubo la primera grande crisis, con consecuente reconversión y reestructuración de las fábricas del triángulo industrial del Norte de Italia; él, en consecuencia de un accidente, había excedido el muy reducido margen del periodo de ausencia por enfermedad consentido entonces a los obreros y la empresa naturalmente, cogió la ocasión por los pelos por despedirlo con “justa causa”, como diríamos hoy, a pesar de que él pertenecía a la así llamada “aristocracia obrera” de los superespecializados utileros de mantenimiento expertos. Tenía 48 años de edad y la pérdida del trabajo había representado por él el mazazo final de la suya vida, la suma de las derrotas suyas personales y de la clase social a la cual pertenecía, explotada y manipulada con la sola finalidad del provecho y del poder de una élite dominadora con todas sus ramificaciones tentaculares.

Apenas tomado el graduado escolar, justo por llevar uno pocos duros a casa porque la paga de mi madre, obrera, a pesar de todas privaciones, no era bastante por comer todo el mes, me fue en una tienda de fruta y verdura y otros productos alimenticios haciendo la dependiente; aún no tenía la edad por la cartilla de trabajo, así que era pagada con poco más que propina y algunas cajas de fruta o verdura no vendidas, ajadas, “tuca e pasa” en dialecto milanés. Por suerte, dentro de pocos meses había encontrado otro trabajo menos fatigoso y mejor retribuido; aún lo recuerdo, vendedora en una tienda de sombreros y paraguas a 15.000 liras por mes que, en casa, habían aliviado la situación, tanto que mi madre me había consentido matricularme a un curso de taquimecanógrafa y sucesivamente a uno nocturno por secretaria de empresa.

Mi padre se había muerto al  final del 1958 y yo, unos meses después había iniciado mi carrera de trabajo “con cartillas”, y al mismo tiempo la de estudiante-trabajador, hasta la licenciatura  en el 1971 y el viaje a Hungría fue mi vacación-premio que me había concedido después de años y años en los cuales los días de vacaciones los había transcurrido solamente en estudiar, preparar y dar exámenes, a veces estresada también; todavía siempre lo había hecho con pasión, nunca lo había vivido como un sacrificio.

Pues bien, en la ocasión de los hechos de Hungría del 1956, un ilustre personaje de lo que entonces era el Partido Comunista Italiano, del cual no hago el nombre porque no es necesario, tanto es inmediatamente reconocible, que justificó, más bien aplaudió la represión en la sangre de la lucha de liberación del pueblo húngaro a obra de la invasión armada soviética porque eso había impedido a Hungría caer en el caos y en la contrarrevolución ; y encima había contribuido a la “paz en el mundo”. El personaje tenía poco más que treinta años; ya era diputado; jamás había hecho en su vida un día de trabajo productivo; ahora tiene casi 90 años, ha alcanzado el máximo de la carrera de los parlanchines, vendedores de burras, mistificadores, siempre mantenido por los contribuyentes, por los obreros y los trabajadores, carne de matadero que desdichadamente para ellos, han sido y son todavía, al mismo tiempo, victimas y cómplices, también inconscientes, de una clase dirigente madrastra que siempre los ha vendido, par “tric e berlic” (casi nada) como se dice a Milán, o sea a precios baratos a los potentados extranjeros. Entonces a la Unión Soviética, después el imperialismo

Británico, ahora los sinarcas y los comisarios delirantes de Bruselas, brazo secular de la alta financia especulativa transnacional finalizada a el Nuevo orden mundial, que es la transposición en escala planetaria de los lager y de los gulag, ya experimentada de formas parciales y bajo la máscara de las diferentes ideologías, durante el siglo pasado.

Por otra parte la clase dirigente italiana no ha llegado desde otros planetas u otras galaxias; es la representación del pueblo y de su índole, por lo tanto al fin y al cabo, nosotros mismos con nuestra irresponsabilidad, pasividad, individualismo sencillo y pajarraco, deleitamiento en la ignorancia y en la lógica de la delegación, somos los artífices de nuestro destino y tenemos lo que nos merecemos, somos como las ratas que siguen en masa los varios tocadores de pífano sin preguntarnos quien sean, porque toquen, adonde nos llevan y por qué. Como se dice “será lo que Dios querrá”.

Ojalá tendríamos nosotros a Viktor Orban, actual Presidente de Hungría, que ha tenido el coraje y la dignidad de Jefe de Estado, sostenido por su pueblo vital, revolucionario y libertario, de enseñarle la puerta de la calle al Fundo Monedero Internacional, hambreador de pueblos, quemador de miles de hectáreas sembrados con OGM por la Monsanto; emanar una nueva Constitución en la cual se proclama la soberanía del pueblo en el Estado cristiano, incluso con todas minorías, y que los intereses nacionales de Hungría, económicos, políticos y sociales están  adelante de todos tratados internacionales. Y de hecho, no han dejado ni a sol ni a sombra su florín y su banco nacional soberano; su economía está en expansión, aunque sea modesta; el PIL aumenta del 2% cada año, tanto que Hungría se ha convertido en País de inmigración, de jóvenes licenciados italianos también, que sí deben demostrar tener una profesionalidad, contrato de trabajo y medios de sustentamiento por lo menos hasta la natural introducción en la comunidad.

En cambio nosotros los italianos nos encontramos con la multitud de gorrones, de los “quaraquaquá” que nada hicieron de digno en su vida, si no ser esclavitos, cobardes y mezquinos, más o menos conscientes, hacía los verdaderos dueños del mundo que los recompensan copiosamente con el poder, el lujo, la fama, la aclamación que consiente, a su vez, de mantener sus propios suporte: prensa, espectáculo, chanchulleros de todo tipo. Seguramente son seleccionados, creados, plasmados por los “dioses” y pos sus agentes terrenos para sus cualidades humanas, se hace por decir, por sus desmedidas ambiciones, por su delirio de omnipotencia, por su amoralidad, acompañadas en general de una mediocre capacidad intelectiva, tanto que legislan, firman, ratifican sin tampoco esforzarse de entender lo que realmente están tratando. Tengo la duda de que tampoco sepan leer, lo importante para ellos es mantener el estatus y los privilegios. Todas las normativas europeas que imponen condiciones muy duras, Fiscal Compact, MES, nada menos han sido puestas en la Constitución, votados por todos los partidos en el Parlamento, excluso Lega Norte y Italia de los Valores. ¡Me propongo de tratar el tema más difusamente en otra ocasión!

Se me parte el corazón deber, una vez más hacer referencia a la sabiduría popular del “se estaba bien cuando se estaba mal, ¡no hay límites a el peor!”. Yo en razón de la mi historia personal, siempre he nutrido para ellos un profundo desprecio, los considero de las verdaderas garrapatas, así como los “capitán de industria” locales, y no hablamos de los grandes burócratas, verdaderos dueños del Estado. Yo opino que en Italia hoy somos llegados a la rendición de cuentas y ¡sálvese quien pueda! Un pueblo privo de vitalidad, amorfo, masoquista, de zombi, compromiso en su auto-eliminación física y extra-física interesa tampoco a los “dioses” del más bajo nivel y por lo tanto será sustituido a toda rienda por seres humanos más reactivos, más energéticos.

Entre la masa moribunda obviamente hay personas aún activas que se comprometen y luchan por un cambio positivo y, independientemente de los resultados, por lo menos cambian, mejoran su consciencia conectando la misma a dimensiones más altas. Según la doctrina gnóstica que dividía la humanidad dentro de tres fajas, conforme a su naturaleza, pueden ser considerados sin duda “psíquicos”, o sea con consciencia de sí, dotados de libre albedrío y por lo tanto responsables de su evolución, o más bien de su involución; de todo modo mantienen abiertos los enlaces con los Espíritus o los dioses o las consciencias desencarnadas, llama a estas entidades  como quieras, más evolucionadas y ante todo con la Energía Universal, el TAO, el Orden cósmico.

El mito de la vanguardia revolucionaria, creado por Lenín por otra parte, la cuya acción induciría por el exterior un nuevo estado de consciencia en las masas retrasadas y incapaces, según mí ha sido otra, grande manipulación arimanica, la evolución de la consciencia es in recorrido exclusivamente individual y las mejoradas condiciones de vida en el plan material no comportan automáticamente la elevación de las consciencias colectivas que, sin una voluntad individual, se quedan confinadas en la faja decida de los “ilicos”, o sea de los que sus almas proceden por la materia y su destino es la anulación, la destrucción, no habiendo tomado consciencia de su propio ser”.

Cuando empecé a escribir este cuento de viaje no pensaba en dar un mitin, pero me ha salido así, espontáneamente, casi sin darme cuenta. Por regresar en aquel tiempo lejano, recuerdo de haber sido favorablemente impresionada por la joie de vivre de los Húngaros; ya entonces Budapest era diseminada por locales, restaurantitos, cervecerías en los cuales se bailaba, se comía y ante todo se bebía, en los cuales se exhibían muchos músicos gitanos en guardarropía, tal vez solamente a uso de los turistas, pero a mí me gustaron mucho; había encontrado por fin muy buena, superlativa una sopa de  cerezas que, en el grupo, nadie había comido….. ¡Evidentemente para mí Budapest había sido una magia!

¡Viva Hungría, larga vida a Viktor Orban!

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