Los terapeutas

TENER CUIDADO DEL SER – Filón y los Terapeutas de Alejandría (J.Y. Leloúp)

La Bhagavad-gita (canto del beato), texto sacro del Hinduismo que se remonta al 500 a.C. dice:

“Existe todavía un otro mundo que está al exterior y está más allá de la materia manifestada y no manifestada. Es supremo y no es jamás aniquilado. Cuando todo en este mundo está disuelto, ello se queda intacto.”

Toda la literatura védica da esta enseñanza: “No quedarte en la oscuridad, vete hacia la Luz.

Este mundo material es oscuro; al contrario el mundo espiritual es lleno de luz”.

El SÍ espiritual de cada ser humano es un fractal, o sea una infinitesimal parte del Espíritu Universal y es por lo tanto aquella sustancia que nos tiene conectados al TODO, al ABSOLUTO.

El pensamiento védico nos dice que DIOS es en el corazón de cada uno como ALMA SUPREMA y por lo tanto como aquel SÍ ESPIRITUAL que acompaña las almas individuales juntas a él en una íntima relación.

El olvido de esta relación eterna es la causa de la degradación y de la desnaturalización a las cuales los seres humanos son sometidos por tiempos inmemorables. DIOS es el Maestro que está en el corazón de cada ser y el su reconocimiento es la realización del SÍ.

Según la Bhagavad-gita: “En el cuerpo, además del Alma, hay un otro habitante, que es el propietario supremo del cuerpo que se queda, todavía, a un nivel trascendente. El que entiende que el ALMA SUPREMA (Espíritu Universal) es, en todos los cuerpos, la compañera constante del Alma individual y que ambas son eternas, ve la Verdad”.

El Terapeuta era el que sabía “rogar” para la salud del otro, no tanto en la recita de las plegarias o de las invocaciones, más bien llamando sobre de él la presencia y la energía del VIVIENTE, o sea de aquel SÍ ESPIRITUAL olvidado o negado, que es el solo que puede guarir todas enfermedades y del cual él era colaborador. El Terapeuta tenía contemporáneamente cuidado y tarea de poner el enfermo en las condiciones mejores posibles al fin de que el VIVIENTE operase la curación. Era, diríamos hoy, uno psicólogo; y antes también, un filósofo dirigido al Bello al Verdadero, y al Bien, valores e imágenes trascendentales que pueden guiarnos hacia el peor o el mejor de nosotros mismos.

La salud y la felicidad en el ser humano son fruto de la armonía entre lo que vive concretamente y los deseos que albergan en su corazón y en su mente. Según los Terapeutas el único, verdadero deseo que tiene que ser cultivado y perseguido es aquello dirigido al SER, el cuyo reconocimiento lo vuelve a conectar a la FUENTE PRIMARIA, a el ABSOLUTO. A fuera de esta finalidad última, el hombre se va a extraviar, se pierde, sufre. La infelicidad, la causa de todas sus enfermedades, es el olvido del SER, del VIVIENTE cuando víctima de múltiples pulsiones, se deteriora a causa de sus deseos a menudo contrarios y opuestos que hacen de él un teatro perenne de guerra interior.

La medicina de la cual hacían profesión los Terapeutas no sanaba solamente el cuerpo, mas también la psique, presa de aquellas enfermedades penosas y difíciles de guarir, cuales el apego al placer y la dependencia, la desorientación del deseo, la tristeza, las fobias, las envidias, la ignorancia, la no aceptación del propio vivido y la multitud infinita de otras patologías y sufrimientos.

Curar el cuerpo, significaba ser atentos al “soplo”, o sea a la energía que lo animaba. Nuestra vida no es otro que energía y guarir significaba observar todas las tensiones, los bloqueos y los encierros que impedían la libre circulación de las energías y, consiguientemente, la armonía con el alma, portadora de salud. El rol de los Terapeutas era precisamente lo de disolver aquellos nudos del alma, estos obstáculos a la Vida y a la Inteligencia Creadora.

El hombre sometido a las pasiones no es más libre, ni hay más divinidad en él, en cuanto, más o menos conscientemente, ha negado en la suya existencia la huella del SER. El Terapeuta tenía la función de devolverlo a la libertad, liberando él de aquellas pasiones que lo dominaban, le quitaban cada voluntad haciendo de él un alienado.

El placer en si no es cosa mala; pero el apego al placer, que es siempre efímero, compuerta dolor; la suya búsqueda por sí mismo, como aspiración primaria, significa para el ser humano faltar el fin único y salvífico del deseo, el solo que nos puede completar: SER y al mismo tiempo hacerse preso de ilusiones. Todas las realidades terrenales pueden inducir el ser humano en esclavitud: los amantes del dinero buscan el dinero, los sedientos de poder buscan el poder, los exaltados buscan gloria y consideración…

Una vida desordenada no puede que conducir a la tristeza y al sufrimiento porque es construida sobre ilusiones y auto-engaños.

El deseo no tiene que ser negado, reprimido en cuanto es una fuerte pulsión vital; según los Terapeutas necesita volverlo a orientar hacía EL SER, o el “CRISTO EN NOSOTROS”, o sea elevado a niveles evolutivos que comporten la madurez, o sea la salud psíquica que se manifiesta con la alegría, signo de la presencia de DIOS en el hombre.

Guarir un hombre de la tristeza y de la depresión significa reconducirlo a la fuente de su SER que está la alegría, entendida no como uno estado emotivo exaltador, más bien como confortadora tranquilidad del Alma.

El Terapeuta tomaba como punto de partida de la su obra de sanación el estado de consciencia en el cual se encontraba el doliente y escuchaba con distensión y serenidad toda su angustia: lo tranquilizaba, en cierto sentido, en no tener miedo de sus fantasmas interiores en cuanto ellos también son ilusiones que lo separan de la alegría, es decir del SER que ES.

La envidia, la codicia y el celo provienen por la falta de seguridad y confianza interiores; ante todo falta de sapiencia, conocimiento de sí, del SER que está en cada uno de nosotros y que por lo tanto nos pone a la merced de egoísmos, deseos de dominio, falta de amor. El Terapeuta se auto-sanaba queriendo al otro, no considerando él en relación a la propia persona, más bien a el mismo y a DIOS.

La escucha, antes que el saber era la “herramienta” operativa de éstos hombres y mujeres puros y sabios, escucha entendida como atención y percepción del pensamiento de DIOS en todo el que encontraban, en que aparecía ellos la energía más que la materia. Hacer silencio en la propia mente y en el propio corazón y escuchar, acoger la manifestación creadora de EL que ES conduce inevitablemente a la salud psíquica, pero también a la Salvación.

“Tener cuidado del ser” para los Terapeutas no significaba tomarse cuidado de una existencia material, sino de una trascendencia interior, de lo que en nosotros está desconocido y inaccesible; era mirar aquel punto de luz a fuera de la creación material que puede volver a darnos la libertad y la santidad originarias. La sanación llegará a su tiempo, “Antes busca el Reino de Dios y la suya justicia y el demás te será dado”, dice el Evangelio.

Ninguna felicidad mundana puede durar si es fundada sobre la ilusión; solamente la Verdad está el presupuesto necesario a la verdadera alegría por lo tanto necesita aprender a “ver claro”, o sea salir del propio punto de vista y de los suyo condicionamientos, suspender los prejuicios, no proyectar más sobre las cosas y los advenimientos nuestros deseos y nuestros temores, nuestras percepciones fragmentarias, más bien considerarlos con indiferencia en su ser otro de nosotros mismos.

“Aprender a ver claro” significaba también desarrollar en sí una “visión iluminativa”, la que llega del ojo del corazón que permitía ellos de aceptar, más bien querer el que iniciaba el camino de curación, incluso con todas sus dificultades y sus sufrimientos que deponía a sus pies con coraje, humildad y abandono al SER.

Para los Terapeutas una mirada clara e iluminativa quería decir también Humildad, o sea considerar a sí mismos por lo que se es verdaderamente, no por lo que se cree ser. El humilde es lo que es, libre de la auto-constricción de aparecer importante, y también de ostentar su humildad. Acoge todo como un “don” y está infinitamente agradecido a la Vida.

La humildad es la condición al fin de que el SER se revele como compañero, como gemelo y entonces lo que ha sido ocasión de sufrimiento y de enfermedad, puede transmutarse en consciencia y sabiduría, favoreciendo la unificación del Alma.

El Alma unificada es libre del dualismo y de las oposiciones, reconcilia el Cielo y la Tierra, el Hombre y Dios; el material y el espiritual no son más vividos en antagonismo en cuanto se ha verificado la reconciliación o la reunión del ser manifiesto con el SER VIVIENTE inmanifiesto, la identificación entre el existencial y el Esencial, o sea la amistad con DIOS.


REFERENCIAS HISTÓRICAS

Los Terapeutas de los cuales habla Filón de Alejandría, contemporáneos de Jesús Cristo vivían a las orillas del lago Mareotis alrededor de aquella ciudad. Eran predominantemente de edad adulta y habían dejado la familia y los bienes para dedicarse a una vida contemplativa, a la investigación y a la interpretación de las Escrituras, además al lenguaje de los sueños y de sus simbolismos, considerados una forma más exhaustiva y real de la comunicación con el Viviente. La suya no era una huida, más bien una toma de distancia del mundo; no tenían desprecio para la materia, al contrario mostraban cierto interés a la igualdad social, o sea una necesaria limitación a la propiedad privada. Vivían en casitas individuales, cada uno en soledad y autonomía, pero siempre disponibles el uno con el otro en caso de necesidad física o moral. Daban mucha importancia a la calidad del aire en cuanto opinaban que ciertos climas eran propicios a la meditación y otros, en cambio la obstaculizaban.

Eran rigurosamente vegetarianos, o mejor se limitaban al estrecho necesario para sobrevivir: pan, agua, sal…

Habían hecho la elección de la castidad física ya que aspiraban a las bodas alquímicas, espirituales de Alma y Espíritu en la suya interioridad más íntima, todavía no eran cupos, entristecidos, ya que manifestaban su alegría a través del canto y la danza que hacían fluir armoniosamente sus energías. También el masaje con el aceite en el día de sábado era practicado por remover los bloqueos, los restaños del cuerpo.

Un día por semana se encontraban por una comida en común y, en aquella ocasión se hacía el punto sobre el nivel alcanzado en la interpretación de las Escrituras, o sea si se fuese pasados “de la letra a el espíritu”.

El anciano era el que independientemente de la edad, había dedicado más tiempo que los otros a la contemplación y cada uno absolvía los deberes de su encargo libremente con celo y solicitud.

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